El tío Campano

El tío Campano era bajito y achaparrado, con una enorme cabeza. La cara, renegrida y llena de arrugas, pero lo que más llamaba la atención era su boca seca, enjuta y con un solo diente frontal, que parecía un soldado en posición de «firmes». La gente se reía, tanto de su aspecto como de lo tonto e infeliz que era, sobre todo cuando contaba sus anécdotas. Relataba que, una noche, al salir de Antequera hacia nuestro pueblo, al pasar por el cementerio, sintió un peso muy grande en el hombro y que, al volver la descomunal cabeza, vio un cordero sentado allí que, mostrándole los dientes, le dijo: «Vicenteeeeeé… ¿tú tienes dientes como yooooo?». Empezó a correr como alma que lleva el diablo. Luego, en el pueblo, les explicaba a todos, en la puerta del bar, lo acontecido: «¡¡Kiyó… pos que me cagué!!». Resulta que, con la supuesta visión de aquel cordero, se le aflojó el esfinter y tuvo que pararse en el río del Alperchín, un diminuto regato que discurría por Los Llanos, cuyas putrefactas aguas van infectadas por los vertidos de la fábrica de azúcar y algún que otro molino de aceite. Como en aquellos tiempos muchos hombres no llevaban calzoncillos, se tuvo que desnudar para lavar la «plasta» del pantalón y luego ponérselo mojado. Lo bueno vino al llegar a su casa, donde le esperaba Dorotea, su mujer: una tiarrona fuerte y torosa que, enganchándole del cuello de la camisa, lo llevó a rastras hasta el pilón de la fuente. Alli lo metió y sacó varias veces hasta considerar que ya se le había ido el hedor. El Campano, a pesar de tener la boca desdentada, se «jalaba» los bocatas en un santiamén. Mi primo Rafaelillo, que era un guasón, le decía: «¡Chico! ¿Cómo te puedes comer eso que está tan podrido que hasta huele mal?». El inocentón lo tiraba al suelo y, como era en los años del hambre, el ladino Rafaelillo lo cogía del piso y, corriendo como un galgo, se lo comía así, al vuelo. Ya cansado de reírse del pobre hombre, se paraba hasta verle llegar jadeante. Con su lengua tartajosa y sin resuello, le decía: «¡¡¡Rrrrrrrrrrrrrraaaaaaafffffalillo, eres un sssssssssinvergüensaaaaá, joío!!!
Reflexión: «Nadie tiene una segunda oportunidad de causar buena impresión».

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