Rabichi

La piara de cerdos crecía. A pesar de que éramos muchos niños y perros para cuidarlos, a veces, se nos escapaban a las fincas colindantes, pisando y destrozando las cosechas y verduras de los huertos. Hubo que buscar varios porqueros, entre ellos aquel a quien llamaban «Rabichi». Su madre pidió que se viniera allí, al cortijo, ya que era el mayor de 5 hermanos y así se quitaba una boca de enmedio. «Zeñorita», dijo a mi madre, «aunque zea por la comía, llévezelo uzté». ¡Joroba con la comida! Aquello parecía la orilla de un río: a todas horas estaba «jalando». Pero era muy cuco; le gustaba el segundo plato, y nada de sopas o purés. Siempre preguntaba: «¿Qué vamos a comer?». En vista de sus artimañas, nunca se le decía. Su comida favorita eran los  huevos fritos con chorizo, tomate y papas fritas, pero ese extra sólo se hacia 2 veces al año, una el 1 de enero, santo de papá, y la otra el 3 de mayo, que era el aniversario de boda de mis padres; el resto del año no se salía de arroz, lentejas, grabanzos, judías o patatas guisadas, y dando gracias a Dios, porque en miles de casas no había ni eso. No era de extrañar que mucha gente se matara a trabajar sólo por la comida. En los años del hambre, posguerra, cualquier cosa se hacía con tal de llenar el estómago. ¡Y pensar que aquellos niños que levantamos un país después de una guerra, que somos los jubilados de ahora, tengamos una mísera paga! Yo misma, sin ir más lejos, trabajando como una mula desde los 14 hasta los 65, porque no cotizaron por mí lo suficiente, me han quedado 84 «hermosísimos» euros. Debía darles verguenza a los señores «mandamases» pagar mi esfuerzo y contribución al engrandecimiento de España con esa m… de paga, más cuando hay gente que nunca ha trabajado ni cotizado y cobran de 400 a 500. Como decía un famoso humorista: «¡País, país…!». Aquí, en España, somos del último que llega, es decir, tienen más privilegios los que nada aportan que los tontos que nos hemos dejado el lomo para nada…

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