A Apeles le llega su «San Martín»

Con perdón, como a los cerdos, porque, de ser la «reina» en masculino de la prensa, radio y televisión, ha pasado al olvido, y, emulando a la piojosa (nota: la piojosa era una mujer a la  que su marido sumergió en un pilón, con la idea de ahogarla, ya que siempre le decía al marido «piojoso». Medio ahogada, y como no podía hablar bajo el agua, sacó las dos manos, chocando las uñas de los pulgares en un simulacro de reventar un piojo entre ellas), Apeles dice que está viviendo el final de su vida como Carmina Ordóñez. Esa mujer, al menos, no se había consagrado a Dios, sino al mundo. Tampoco hizo voto de pobreza como algunas órdenes religiosas ni juró el celibato. Ella bebió la copa de la vida hasta la última gota. Ahora, que le quiten lo bailao. Pero este ser irreverente, cínico, maleducado, que en vez de estar en recogimiento con Nuestro Señor, pidiendo perdón por los pecadores y ayudar a los necesitados, se dedicaba a vivir «Madrid la nuit» igual que una meretriz, y despilfarrando su dinero a manos llenas en cosas y sitios nada acordes con su alzacuello. «Ya ve usted, don José Apeles Santolaria de Puey y Cruells, como aquí en esta vida todo se paga antes de estirar la pata. Usted tomó el camino hacia el infierno y las lágrimas que muchas madres han vertido a causa de su lengua viperina se han vuelto hacia su persona, que está hecho un monstruo gordo, feo y deforme a causa de los medicamentos». Actualmente, la iglesia no es como hace 60 años, pero se le ha de guardar el debido respeto, tanto a ella como a sus ministros, pero, ¿qué respeto pueden tenerle a usted, que se burla y ridiculiza con su sonrisita irónica, tanto lo sagrado como lo profano? A alguna persona le harían gracia en su día sus salidas de tono, pero esas mismas personas, que, en realidad serían los chupópteros de turno subiéndose al carro del triunfador, ésos, repito, hoy le dan la espalda, porque la gallina que ponía huevos de oro ahora los pone de hojalata. Sinceramente, me da pena ver cómo, para alejarse del mundo, se ha ido usted (como los pobres) a una isla paradisiaca, Ipanema. ¡Qué mundo, señor, parece que ayudas más a los malos que a los buenos!

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