El equilbrio en la felicidad sólo reside dentro de nosotros mismos Jean Cocteau

No sé lo que tienen las mañanitas del domingo cuando la gente hormiguea entre el creer que están más libres y el temblor de levantarse tarde para no hacer nada. Yo, en cambio, bostezo varias veces antes de decidirme a despegar las sábanas, esperando que algo alentador venga a mi encuentro.
Pero es que hoy me veo abrumado con tantas citas antiguas y modernas de reflexiones sobre lo que realmente nos hace felices. Es verdad que el mero hecho de pretender que florezca la «Happiness» en la vida ha producido obras maestras en todas las esferas, sobre todo en la manera de controlar los propios sentimientos: «Sólo puede ser feliz», decía Confucio, Maestro del pensar con mayúsculas, «el que logre estar contento con lo poco o mucho que posea», porque la riqueza interior ni se compra ni se vende, hasta que nos atrevamos a donarla gratis a otros como un bien insaciable.
Jean Maurice Eugéne Clément Cocteau (1889-1963), «enfant terrible», creó obras de arte con todas las técnicas que le venían a mano: poeta, novelista, diseñador, cineasta, quería hacer bella la Felicidad, «pues su ausencia es en sí algo horrible», decía, aunque, en su optimismo por alcanzarla, llevaba a cabo infinidad de proyectos casi todos dispares que con mucha frecuencia le agobiaban, si no encontraba la paz cuando más la necesitaba.
Abundan los retruécanos sobre la dicha y el infortunio, pues ambos florecen al azar, aunque con frecuencia la felicidad parece el eco de las desgracias que habrá que asumir con «tranquilidad de espíritu»; el escritor ruso León Tolstoi explicaba en sus novelas que el bienestar no consiste «en hacer lo que se quiere, sino en querer lo que se hace», si bien insinuando que «el mayor de los errores sería adquirir la mala costumbre de creerse siempre infelices».

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