Falso testimonio a don Julián (II)

Al día siguiente, en lugar de acudir a misa recatada, como era habitual en aquellos años, iba sin medias, con mangas cortas y generoso escote. Todas esas artimañas no le valían para nada, sólo para que el sacerdote, en el púlpito, hiciera referencia al decoro que habían de mostrar ante el Sagrario. Encarna, en su sagacidad, esperó la ocasión propicia para causarle el mayor daño al cura. Así, una tarde de mayo, acabado el rosario vespertino, se hizo la remolona hasta ver que la iglesia se quedaba vacía. Se desgarró la blusa, el velo, alborotó sus cabellos y se araño, con sus largas uñas, el rostro y los brazos, saliendo a continuación del templo dando gritos, diciendo que había sido agredida por el cura. Ni que decir tiene que se puso en marcha el mecanismo de la difamación, y el falso testimonio no tardó en llegar al Obispado, que inmediatamente mandó llamar al sacerdote mientras un anciano cura se hacía cargo de la parroquia. El pobre Don Julián fue sometido a interrogatorios tan severos como los juicios de los Templarios, examinado por psicólogos y psiquiatras, hasta llegar a la conclusión de que todo eran fantasías de la solterona, cuyas pesquisas recayeron sobre la difamadora, que hasta entonces se había paseado por el pueblo como una mártir de la pureza. Se descubrió el ardid, siendo recluida en la cárcel por 6 meses, además de una sanción compensatoria, cuyo importe se dedicó a obras benéficas. Don Julián fue puesto de nuevo al frente de su parroquia y rehabilitado a los ojos de todo el mundo. Y es que no hay nada peor que una mujer desengañada.

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


*