Escribir no es describir sino olvidarse de lo que se iba a relatar Lyn Yutang (1895-1976)

Suelo devorar artículos doquiera los encuentro, pero con sólo fijarme en el título o no pararán mucho tiempo en mis manos o me engancharán tras la lectura de un par de párrafos, y no suelo equivocarme.
Hoy he visto uno invitándome a navegar por el piélago sin límites de la cultura china, y no se trataba de descripciones turísticas de la célebre Muralla con sus 8.851 kilómetros, que deja tamañicas las grandes proezas del pasado. Se trataba más bien de una reflexión sobre su historia a través del exitoso «bestseller» de Lyn Yutang: «La importancia de vivir» (1937), que él definiría como «la filosofía ociosa que nace de la vida ociosa», fruto de la lectura de los mejores escritores y filósofos chinos y de la observación minuciosa de lo que le rodeaba. Pero su mejor maestro había sido su abuelo paterno, gran apasionado de la historia, la filosofía y las costumbres ancestrales de China. Yutang nació en Zangzhou, conocida como la ciudad del Dragón, no muy lejos de Changhai, pero emigró con los suyos a Salem, Massachusets (USA), adonde hizo trasladar la casa ancestral de madera pieza a pieza para recrear su pasado e inventó una «ming kwai» o máquina de trascribir los caracteres chinos, para sentirse más cerca de su maestro Confucio cuando dictaminaba que «no es la verdad lo que nos engrandece, sino que nosotros engrandeceremos la verdad», como si todo lo que planeamos formara parte de una totalidad global, sin distinguir lo grande de lo pequeño.
Lyn Yutang, candidato para el Nobel en literatura, gozaba coleccionando detalles de lo que hacemos casi instintivamente, como cuando nos relajamos tras haber conseguido terminar algo, pues sólo entonces valdrá la pena descansar: «El hombre educado», decía «logra juntar al unísono los amores y los odios», una observación aguda de las razones para continuar las tareas diarias, que es la manera más simple de filosofar si luego reflexionamos sobre el vivir de cada día.

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