La dignidad de Dimitris Christoulas

 José Manuel García Mañogil

 Más allá de por ser cuna de la democracia y de nuestra civilización occidental, tengo motivos personales para querer a Grecia de una manera especial. Esos motivos me llevaron a visitar ese país recientemente.

Paseé las calles, comí su comida y bebí su vino. Pero nunca me ha gustado ser turista, prefiero ser «visitante», y eso en Grecia no es difícil porque realmente muchas veces parecía que no había salido de España.

Lógicamente me asombré con sus monumentos, reflejo casi inperenne de una gloria pasada, pero que no dejan de ser piedras y pasado; por eso, me conmovió más su presente que el pedestal donde disertaba Pericles ante sus conciudadanos; el 23% de IVA en los restaurantes, que las luces nocturnas que iluminan el Partenón; la sobria alegría de la gente, que la pétrea apostura de las cariátides; y, en fin, que prefiero las gentes que transitan que los pulcros museos.

Porque algunas cosas vi, otras me las contaron, creí innecesarias las postales, y hoy, más que nunca, llevo a Grecia en mi corazón, por eso cuando partí, sentí que me iba de algo mío, o de igual a lo mío.

Al mismo tiempo que despegaba mi avión rumbo a España, Dimitris Christoulas se pegaba un tiro frente al Parlamento griego. Dimitris era un jubilado de 77 años, que dejó escrito en postrera nota: «El Gobierno de Tsolakoglou ha aniquilado toda posibilidad de supervivencia para mí, que se basaba en una pensión muy digna que yo había pagado por mi cuenta sin ninguna ayuda del Estado durante 35 años. Y dado que mi avanzada edad no me permite reaccionar de otra forma (aunque si un compatriota griego cogiera un kalashnikov, yo le apoyaría) no veo otra solución que poner fin a mi vida de esta forma digna para no tener que terminar hurgando en los contenedores de basura para poder subsistir. Creo que los jóvenes sin futuro cogerán algún día las armas y colgarán boca abajo a los traidores de este país en la plaza Syntagma, como los italianos hicieron con Mussollini en 1945». En su carta de despedida, Dimitris Christoulas compara al Gobierno de Tsolakoglou, primer ministro colaboracionista que gobernó el país durante la ocupación por los nazis, con el actual Gobierno de Lucas Papademos.

En Atenas me encontré, aún sin saberlo, con muchos Dimitris Christoulas, como aquel anciano vestido de general de opereta, con el que me cruzaba casi todos los días, llamado Christos Vassiliou, antiguo charcutero, pensionista que cobra 250 euros al mes y que se enfrenta al desahucio porque no puede pagar el alquiler. El Ejecutivo ha recortado las pensiones un 20%, mientras que los precios han subido un 10%, haciendo de esta manera insostenible la vida para muchos jubilados.

El grave problema de los jubilados, no es en sí el problema de Grecia, es sólo uno de ellos, y Dimitris Christoulas lo destapó a bocajarro de un tiro para, así, abrir la caja de Pandora donde se guardan los demás dramas griegos.

El asesinato de Dimitris, así lo llaman ya los griegos, no lo ha producido la austeridad de un gobierno soberano en momentos de recesión; lo ha producido un nuevo gobierno colaboracionista, como anteriormente lo fue el de Tsolakoglou, que gasta el 3,2% de su PIB en armamento: comprándole recientemente a Francia seis fragatas por 2.500 millones de euros y helicópteros por 400 millones, y a Alemania 6 submarinos por 1.000 millones. El negocio es redondo: Francia y Alemania le prestan el dinero a Grecia, que aumenta su deuda pública, para que les compren armamento totalmente innecesario, después también comprarán la deuda. Mientras tanto, miles de griegos viven a oscuras porque no pueden pagar el recibo eléctrico, que, aunque el precio es similar al español, tiene añadido un 50% de impuestos.

Grecia es un país saqueado por gobiernos corruptos, empresas y gobiernos extranjeros, que obligan al estado a unos límites insostenibles de ajustes económicos y sociales. Y son estos mismos gobiernos extranjeros y conglomerados empresariales los que actualmente están dictando las «reformas» en España.

Grecia y España, tan parecidas aunque lejos, ahora ya están mucho más cerca. Dentro de muy poco lo veremos aun más claramente y, quizás, también tengamos nuestros propios Dimitris Christoulas. Hoy todavía es posible evitarlo, pero es imprescindible que nuestros gobernantes reflexionen, si son capaces, y rectifiquen esta deriva de nuestro país.

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