Durante dos horas, fue agredida y vejada sexualmente por el depravado vecino; llegó a desmayarse, del miedo y dolor, más al ver que sangraba. Aquel hombre era una fiera y ella temía que la matara. «¡De esto, chitón!», le dijo. «Si dices a alguien algo de lo que ha pasado, te juro que te mato!». Se alejó y allí quedó ella, ¡¡¡toda llena de tierra, sudor, lágrimas e inmundicias…!!! Al llegar a su casa, luego de haberse lavado en la acequia, la madre, febril y todo, notó algo raro en la nena. «¿Qué te ha pasado?». «Nada, madre: como hacía tanta calor, me tumbé bajo la mimbre y quedé dormida, luego tuve que lavarme en el arroyuelo para despabilarme y terminar la tarea, pero no lo acabé». Por nada del mundo quería ella volver sola al campo y así se lo dijo a su madre: «¡En cuanto usted esté bien, vamos las dos a acabar de limpiar el trigo!». La madre rebatió: «Vas tú sola, hija mía, que no pasa nada, esta aldea es muy tranquila y sus gentes son nobles y buenas». A regañadientes tuvo que ir de nuevo a esa tarea, mirando a los lados y detrás por si la seguía el vecino lascivo, pero su sorpresa fue mayor cuando lo encontró tumbado en los surcos, desnudo y erecto. Quiso huir, pero no pudo, la fuerza de él y su agilidad lo impidieron. Volvieron a repetirse los hechos durante 5 días seguidos, luego, la dejó tranquila, es más, cuando la veía se metía rápido en su casa, cosa que ella agradecía, ya que le tenía verdadero pavor. No pasó mucho tiempo sin que Rosa supiera que su hija estaba encinta, pero, ¿de quién? La niña no soltaba prenda. El padre, que volvió del mar, y su madre la llevaron a la Guardia Civil, para ver si ellos eran más hábiles y le sacaban la verdad. Ofreciéronle protección, amenazaron y trataron con dulzura hasta que confesó quién era el autor de los hechos. Fue sentenciado a garrote vil por violación de una menor. Ella tuvo el hijo que casi le cuesta la vida, pero por suerte murió el bebé nada más nacer, pero esos hechos marcaron su vida para siempre. Juró que jamás la tocaría un hombre y desde entonces vivió recluida en un convento guardando muy dentro del alma su «dolor silencioso».
Kartaojal
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