Camas compartidas (I)

Eso de compartir camas a veces es complicado. No es lo mismo dormir en el mismo colchón, como dicen de las parejas, que se vuelven de la misma opinión, que hacerlo con alguien desconocido. Hoy nos ocuparemos de 3 casos que rayan en la realidad o la fantasía, según se mire. 1º) Llega por la noche un mozo al pueblo de su novia; al día siguiente se casaban y, como eran las fiestas, no había sitio en la posada, pero al ver el posadero que el pobre muchacho tendría que dormir al raso, recordó que había dos sacerdotes, con amplia cama, y, quizá, compadecidos del caso y dado su buen corazón, accedieran a hacerle un huequecito entre ellos, así su última noche de soltero la pasaría en santidad. Ni que decir tiene que estaban encantados y esa noche, los 3 en la cama, el novio se aclaró la gerganta, lanzando un salivazo que fue a dar en el ojo de un cura: éste le llamó cerdo y no se cuantas lindezas, diciéndole que, ante una necesidad, avisara. A los 5 minutos, exclama el chico: «¡Aviso!»; los curas se taparon la cabeza, al tiempo que se oía una tremenda ventosidad, que hizo estremecerse hasta al edredón de la cama. 2º) En una noche de invierno fría y lluviosa, un hombre acierta a encontrar una fonda junto a un cruce de caminos, habla con el dueño, mete la burra en la cuadra y se toma unas sopas de leche con pan migado que le hizo la posadera. La cuestión fue a la hora de acostarse, sólo había una cama y estaba ocupada por un huésped. A todo esto, aquel lugar estaba lleno de suciedad, insectos que corrían por las paredes y olor a repollo, pero no estaba la noche para tener remilgos. El ocupante de la cama no tuvo inconveniente en que el viajero durmiese con él. El posadero advirtió al nuevo que no se asustara si le picaba alguna chinche, que las había a millares.

Continuará…

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