Dios también se equivoca

Aquel día soplaba un fuerte viento en Madrid, procedente de Navacerrada, por tanto, era frío y desagradable. Aurora preparaba el desayuno para el marido y sus hijas, a las que luego llevaría al colegio. «No sé si vendré a comer», le dijo su esposo. «Hoy viene el jefe y, seguramente, mi hermano y yo nos iremos con él a comer a algún restaurante próximo al trabajo. De todas formas, haz comida para mí, por si acaso. Si a las 15 h. no he venido, ya sabes por qué». Se despidió de ellas como todos los días, dándoles un beso. Aurora bajó los 3 pisos del inmueble, luego hizo algo de compra, limpió la casa, la comida, recogió a las niñas en el cole y les dio de comer. A las 14,45 h. sonó el teléfono. «¡Seguro que es papá!». Corrió ilusionada a descolgar el auricular. «¿¡Diga!?». «Cuñada, soy yo (vacilaciones). Tengo que darte una noticia… y… no sé cómo». «¿Ha pasado algo?». «¡Sí: mi hermano!». «¿Queeeeeeé?». «Toma un taxi y vente al hospital». Atribulada y confusa, colgó. «Hijas, vamos donde los abuelos, al piso de abajo». Les dijo a sus suegros que algo raro pasaba y se fue en un taxi. Cuando llegó al hospital, se abrazó a su cuñado pidiendo explicaciones. Salió un médico a decirle, con mucho tacto, que su marido había muerto. ¿Cómo? Una teja se desprendió de la cornisa cuando pasaban el jefe, su marido y el cuñado. A los otros, ni un simple rasguño; en cambio, al marido le dio por la nuca sobre las cervicales, produciéndole un derrame interior, con el fatal resultado. «¡¡¡Dios, ¿por qué eres tan cruel?!!!», exclamó, rota de dolor. «¡¡¡Mi cuñado, soltero, el jefe viudo y justo te vas a estrellar con este buen hombre, que me deja la vida destrozada y a mis hijas huérfanas. Permite que te diga… QUE TÚ TAMBIÉN TE EQUIVOCAS!!!

Kartoajal

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