Jaime Maestro, amigo mío fallecido, y un verdadero artista en el uso de la palabra escrita, que disponía en aquellos luengos tiempos una columna fija en el Semanario de tan digna gloria que llevaba por título «El patio de Monipodio», así que muy cervantino donde los hubiera, tiene un hijo que es otro irrepetible artista, en este caso de la pintura, del collage, y se llama Rafael Maestro, que siendo tan joven como es, aunque entrado en algún que otro año, ha demostrado hasta la fecha, por sus múltiples exposiciones por fronteras propias y ajenas (desde Berlín hasta Madrid pasando por Holanda y Alicante), sus trabajos, sus pinturas, sus collages, que personalmente me encantan, me fascinan, me ilusionan e incluso me enamoran, por -como diría su buen padre- «su consustancialidad inherente al propio ser y el grado de metafísica que desprende». Y, por supuesto, porque veo en sus trabajos una profundidad hacia su visión personal sobre el ser humano que difícilmente va a ser repetible en algún que otro artista. Así que en este sentido es inigualable y, a veces, casi intratable. Su última exposición en la Sala Vista Alegre, muy acoplada para sus trabajos, «small sadness», pequeñas tristezas, refleja, creo, precisamente la diversificación del sentimiento de la tristeza en el ser humano y yo diría que Maestro lo refleja muy bien al menos en un par de cuadros muy impactantes, muy alentadores. No soy crítico de arte, ni de nada, Dios me libre, pero me da la ligera sensación de que estamos ante un artista como la copa de un pino. No sé si se hará rico con su arte, pero estoy convencido de que su pintura trascenderá los límites de la inmensa mediocridad en la que estamos sumergidos. Ha dicho que esta exposición se la ha dedicado a sus amigos y a aquella generación a la que perteneció, y pertenece, generación difícil, dura y de transición. Sin duda, un irrepetible regalo con el que habrá que estar realmente satisfecho. Ya veis, lectores míos, siempre resulta gratificante escribir de temas que no tienen nada que ver con la infame realidad política. Dicho lo cual me pregunto: ¿Ha dicho la Iglesia, como Institución, algo relativo a lo ocurrido con los negritos muertos en Ceuta? No. ¿Y eso?
Ay, la política
Y es que casi todo es política, hasta el aire que respiramos. Yo, que aprecio mucho a la actual directiva de la Sociedad Cultural Casino por varias razones, debo decir que quiero ser un tanto crítico con la última decisión tomada para no presentar un libro de un periodista valenciano que trata sobre los múltiples casos de corrupción en la Comunidad Valenciana. Es un gran trabajo, un enorme reportaje de investigación, que nos afecta, desde Castellón hasta Orihuela, pasando por Torrevieja, al parecer. Yo lo he leído hace ya algunas semanas y me ha parecido alentador, esclarecedor, objetivo e incluso digno para ser presentado en el Casino y donde haga falta. Ya digo, no me parece nada bien que hayan tirado para atrás la presentación aduciendo que tiene un «corte político»… pero es que política hay hasta en la Corte, digo, en la sopa. Y me pregunto nuevamente: ¿Cuándo acabe el mío, que lleva por título «De Rosas y Gaviotas», que versará sobre la transición política local y su largo recorrido, podré presentarlo en mi Casino, o tendré que buscarme la vida como mejor pueda? El tiempo responderá, sin duda. No quería haber escrito estas últimas líneas pero me he sentido en la obligación ética de hacerlo, sin que con ello haya animadversión hacia nadie, que aquí siempre montamos un pollo por ná, oye. En fin, feliz quincena para mis adorables vagos.
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