Las 4 vírgenes (1)

En la sala estaba la madre con aquel viejo mercader, que quería comprar «carne fresca». La alcahueta de la abuela, se presentó con la pequeña Matilda, de apenas 12 años, para ofrecerla como «carnada» al tiburón buhonero. Al viejo se le iluminó la mirada: «¡Menudo bomboncito me ofrecen!», pensó. «Como usted debe suponer», dijo la madre, «la niña es menor de edad y «virgen», así que el precio es muy elevado y…; no sé si el señor podrá pagarlo». «¡¡¡Lo que me pida!!! ¡¡¡Le doy hasta la vida si fuese preciso. Una cosita así no se encuentra todos los días!!!». Así fue como Matilda tuvo su «bautismo» de ramera, al que siguieron millones, pero las dos artesanas, madre y abuela, tenían el arte endiablado de dársela a los hombres como si fuese virgen: así explotaron el cuento no sé cuántos años. Habia otras 3 hermanas que se veían obligadas a hacer lo que ella; en cambio, los dos hermanos varones recorrían la aldea jugando, peleándose con los amigos o robando. A aquel remoto lugar llegó un destacamento de soldados, con sus oficiales, para hacer unos cursillos castrenses. En aquellos años, la población había crecido, lo mismo que las hermanas. Ya tenían luz eléctrica, agua en las casas, salas de fiesta, cinemas y casi tantos adelantos como en las grandes capitales. A la sala de fiestas, donde se reunían las hermanas y otras como ellas, acudió una noche la tropa. El capitán se quedó prendado de Matilda, tanto que, cuando terminaron los 6 meses de instrucción de los reclutas, se la trajo con él a España, poniéndole un «pisito» para sus citas. No tardó mucho aquel hombre en pedirle el divorcio a su esposa y juntarse con la concubina. Ella, por su parte, en cuanto él salía para el cuartel, tenía al amante de turno en la acera de enfrente, al que hacía señas.

Continuará…

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