Que llueva, que llueva…

A la posada de Las 7 Estrellas llegaron a la vez una gran dama, rodeada de criados, que la servían solícitos, y un arriero, con su borrica cargada de diversos géneros, precisamente a resguardarse de la lluvia inminente, que empezaba ya a lanzar sobre la tierra, sus tibias gotitas. Dentro de la posada se estaba muy bien; ardía un buen fuego en el hogar y olía a deliciosas viandas para la cena, así que todos ellos, más los que habían llegado antes, cenaron opíparamente. Por consejo del posadero, todos se quedaron a dormir, oyendo la lluvia recia, que tocaba con agresividad las tejas y hacía salir chorros de agua por la boca de las gárgolas. Allá al mediodía siguiente salió la dama, miró al cielo y exclamó: «Parece que se abre una clara en las nubes. Vamos a salir rápido para llegar al poblado siguiente». Haciendo caso de la señora aquella tan distinguida, el arrriero pagó su estancia y arreó a la burra, pero, mira por dónde, cuando llevaban como un km. recorrido empezó a llover a cántaros, mojándose como sopas:todos volvieron a la posada a escape y se volvieron a encontrar otra vez los mismos del día anterior. El arriero, que tenía mal genio y muy mala lengua, lo primero que dijo al entrar y ver allí a la dama, que, por cierto se llamaba Clara, fue: «¡No hay clara -refiriéndose al tiempo- que no sea una pu…!», a lo que ella, tan refinada, replicó: «¡Ni arriero que no sea un cabr…!», y así quedaron en paz, dándole al posadero la mayor de las alegrías, ya que durante 15 días no paró de hacer viento y lluvias torrenciales, aumentando así sus ganancias. Él y su esposa se frotaban las manos en el dormitorio, mientras reían, bailaban y cantaban: «¡¡¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva…!!!».

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