La cabra que tira al monte… (I)

¿Es que aquella chica no tenía cabeza y era una irresponsable? Durante los años que vivió en Madrid, era raro el día en que el «marido» no le daba una paliza y, cuando no, un par de bofetadas no se las quitaba ni el padre de Domingo Ortega. En cuanto Onofre se iba a trabajar, ella agarraba a la niña y se bajaba al bar; allí, sentada en un taburete, enseñando más  carne de la debida, esperaba al «mirlo blanco», para dejar a su hija a cargo del camarero y largarse a su casa a acostarse con él y volver al rato. Así estaba todo el día: al llegar Onofre se encontraba todo sin hacer en la casa, no había cena, la niña sin bañar y ella con pinta de lo que era; empezaban a discutir y ya se liaba la de «Dios es Cristo». En una de esas trifulcas se le fue la mano, ella bajó para llamar desde una cabina a sus padres, que tomaron un avión para ir a buscarlas. La hija estaba llena de hematomas por todo el cuerpo, la nieta se había caído y tenía un tobillo dislocado, al pobre perrito, de una patada lo había echado el energúmeno escaleras abajo y estaba en un rincón del portal, detrás de una maceta, escondido y temblando de miedo. Los abuelos se trajeron a todos, pero, conociendo a su hija, alquilaron un piso para ella y su niña: Al perro lo tenía el abuelo con él y lo sacaba varias veces, le daba 2 chuletas de cerdo en trocitos y agua limpia, así que vivía a cuerpo de rey. En cuanto a la hija, ya lo dice el refrán: «La cabra que tira al monte, no hay cabrero que la guarde»; se lió con un feriante. Ella se iba a trabajar a las 7 A.M. y la pequeña se quedaba con aquel desconocido, sin preocuparse la madre por la suerte que pudiera correr la pequeña… Continuará

Kartaojal

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