Un tío sieso

Se encuentran dos amigos por la calle, el uno callado y serio como una alpargata; el otro, dicharachero, buen gastador de bromas y un poco tarambanas. Vamos a poner aquí la R para el risueño y la S para el serio y será más fácil distinguirlos. Dice R: «¡Tío! ¿Qué te pasa, que parece que te has tragado un sable?». Contesta S: «Me conoces de siempre y sabes que soy así. No me gustan tus bromas ni tus tonterías, pero como somos amigos no me queda más remedio que aguantarte». «Tú lo que eres es un amargado», opina R. «Mira, te apuesto lo que quieras a que antes de 5 minutos te hago reír». «No te lo crees ni harto de gaseosa». «Bueno», dice R, «va apostado, pero antes quiero contarte una cosa muy rara que me pasó el otro día; tomo el autobús desde la parada de mi casa hasta la del trabajo, pero, mira por dónde, cuando estoy pagando, observo que al conductor le falta la punta de la nariz. El tío, que debía de tener malas pulgas, me puso «verde» diciendo que era una falta de educación y respeto recrear la mirada en los defectos ajenos. Yo quería que me tragara la tierra, ya que el vozarrón del tipo tenía a todos los viajeros con la boca abierta, oyendo ávidamente todos aquellos apóstrofes que me infringía, mientras yo, todo avergonzado, con la vista baja, tomaba el ticket e iba a sentarme en el único asiento vacío, junto a una tía gordísima, llena de paquetes, pensando: «Ya me ha dado el día el tiparraco éste; siempre hay algún toca-pelotas que te jod…». Al fin, con bruscos movimientos, arranca el vehículo. Al rato, dice el conductor a la gorda: «Señora, vaya recogiendo bártulos, que la próxima parada es la suya». Empieza la tía a echarme encima paquetes y más paquetes. Apenas sí su trasero podía salir del asiento, y, al fin, tras ímprobos esfuerzos, logró bajar, pero se le olvidó un paquetito y yo me quedé con él». Se calló R varios minutos, hasta que S, impaciente, pregunta: «¿Qué llevaba la cajita?». R se ríe fuerte y tomando a su amigo de las narices exclama: «¡La punta de la nariz del conductor y la tuya, so tonto!». «¡Has ganado la apuesta!», reconoció S, riéndose con las tonterías del amigo.

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