El «Hamacas» (1)

Creo que nunca me he reído tanto como con el Juanón, alias el «Hamacas»; un tío larguilucho, desgarbado, con alpargatas de lona todo el año, incluyendo el invierno: su trabajo, ¡nulo! Era un vago de primera clase, pero cuando el gusano de la holgazanería le abandonaba, hacía primores de mimbre, junco, ramas de olivo o tiras de madera de nogal o cerezo. A mí me quería mucho porque, en cuanto entraba por la puerta del bar, ya tenía puesta su cervecita, invitado por mí, a cambio de que me contara sus anécdotas. Un día se me presentó con un gran ramo de alcaparrones, diciéndome que los hombres regalan flores, pero que él era especial. Me enseñó como prepararlas en conserva para las ensaladas de verano y algún plato de pescado. Cierta vez, que yo estaba un poco triste, entró y, mirándome, me dijo: «¿Qué le pasa a mi reina mora en esa carita siempre sonriente? ¡Niña, a reír se ha dicho, si no, estoy acabado! El grupo ese de «tiraduros» que van conmigo, porque de vez en cuando les regalo una liebre o algún congrio, convinieron una noche ir a robar naranjas. Íbamos 5 y llenamos 5 sacos. Sabes que el «Morsa» está gordo y torpe. Justo cuando estábamos a punto de saltar la valla, aparece el dueño. Todos salimos como galgos, arrancamos el coche, sin dar las luces, y volvimos al pueblo. Allí quedó el «Morsa», al que detuvo la Guardia Civil y le hizo pagar mil pesetas y quedarse sin mercancía». ¡Sólo con imaginar el culo gordo aquel queriendo saltar la valla, me mondaba de risa! «En mi casa no había postre y mi mujer quería hacer zumos a mis hijos. Me levanté temprano…».

Continuará

Kartaojal

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