A veces creemos ser los elegidos por los dioses, que el único camino que nos corresponde es el camino de la gloria, que merecemos todos los reinos y placeres de este mundo. Cuando llego a ese punto, sé que tengo que volver a la medicación; y se me pasa. Y vuelvo a lo cotidiano: «Manolete, si no sabes torear ¿pa qué te metes?».
Pero como soy dado al exceso y al castizo «ponerse el mundo por montera», suelo contarlo todo en estas líneas, acostumbro a la libertad y a la osadía cuando se trata de un folio en blanco. En el riesgoso arte del abecedario no hay más límite que el del corazón y la locura. Y en aquello que uno pone su pasión y su destino, conviene arriesgarlo todo. O al menos, se exige arrimarse con verdad y torería al pitón del toro y sus peligros. Con la evidente amenaza de acabar en la enfermería con una cornada en el costado o el incierto premio de abrir la puertas del príncipe de todas las Maestranzas.
No quisiera parecer presuntuoso, pero había nevado en París y en Roma aguardaba el amor de nuestras vidas. Sólo por eso, merece este último trago, esta última copa en el monte Tabor en que volver a ser el mismo, pero no lo mismo, donde transfigurar el alma y los anhelos con el repique de aquella guitarra habanera de la calle Chapaprieta número 12.
Ir con las palabras más allá de la vida. Tal vez sea una tarea inviable y vana, pero es la tarea que en lo literario me consume, me hipnotiza, me guía. Aunque siempre tengo la impresión de abordar un imposible, una entelequia de la ínsula Barataria que desgobierna mis actos en la escritura. Una tarea que me sobrepasa, pero a la que me enfrento obstinadamente, aún sabiendo estar enfangado en una batalla perdida de antemano.
Algunos lectores me reprochan que no hable de política, que no aproveche este balcón del periódico para arrimar el ascua a mi sardina. La política me interesa; la política local o de partido en su vertiente cainita, cada vez me deja más frío, lo confieso. Y ya tengo a mi compañero de página, que no de vida, para tratar de convencer de que los dioses del Olimpo habitan en la segunda planta del Ayuntamiento, y a partir de ahí, sólo el infierno político existe. Aunque tenga que faltar a la verdad. Aunque nunca traiciona «su» verdad. La endogamia de algunos puede resplandecer como el oro, hoy, pero sólo trae empequeñecimiento para el futuro.
Ir con las palabras más allá de la vida, lo sé, suena al loco de las coles que decía mi abuela, pero los tiempos cambian y los locos se tornan en cuerdos, en los únicos que viven sus vidas desde los adentros, los únicos que no falsifican las palabras, que no empañan la ternura, no esconden el llanto ni se avergüenzan de la risa. Los únicos que no reniegan del sueño de vivir.
Suena el teléfono y es mi madre. «Chiguito… ¿Dónde estás?». «Escribiendo, mamá». «Ya estás con tus «tontás», Rodolfo», me dice.
No hay como una madre para darte una bofetada de realidad en toda la boca. Feliz Navidad a todos.ç
Rodolfo Carmona
Sí, sí que se moje y diga lo que piensa de Faudenstein y el gobierno carcelario de España en ciernes
Pues la verdad, es que no se entiende lo que quieras decir, ILUSTRE LITERATO.