…«Tráeme una frasca de media arroba y mañana ya le explico yo que soy el autor de la merma». Comenzó don Zenón a comer, como un cerdo, con la boca abierta y viéndosele cómo los alimentos iban de un lado al otro entre los dientes. De vez en cuando agarraba la frasca, se la echaba al hombro y, trinque te va y te viene, que pidió otra. Llamaba: «Pascualico, trae más pan que me falta; Pascualico, trae más queso que ahora me sobra pan; Pascualico, otra garrafica de vino…». Así hasta que se comió 3 panes, un queso entero, los 2 kilos de uvas y casi 3 frascas de vino, hasta que cayó al suelo beodo perdido. «¡Otro borracho y ya van dos!», dijo Pascual, «¡cómo le va la priva a esta gente, debe de ser que, como empiezan a «soplar» en la misa de las 6 de la mañana, tienen el cuerpo acostumbrado al alcohol!». Lo tapó con un capote de monte y allí lo dejó, yéndose a dormir por fin. En una semana que estuvo de visita el tal don Zenón, dejó las despensas con tantas mermas como una vieja desdentada. Cuando lo vieron el cura y Pascualico remontar la cuesta, tan galano en su mula, y desaparecer, dieron un suspiro de alivio. «Ahora, Pascualico de mi alma», dijo el cura, «hay que ir a las casas de las beatas ricas, para reponer el desaguisado. Esperemos que no vuelva más este glotón o alguno de sus amigos».
Kartaojal
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