Cómo pesa la soledad (I)

Empezaba a anochecer cuando el caballero divisó un soto y un arroyuelo que discurría por el centro, así que se apeó del caballo, dejó los pertrechos en el suelo, quitando las gualdrapas, cincha, ataharre y riendas al equino, dejándolo suelto para que paciera la abundante yerba y saciara su sed. El animal mordisqueó un rato y luego se tumbó sobre el lodo del agua, bebió y salió dando galopadas tan feliz. Ya cansado, se arrimó a un árbol y allí quedó durmiendo de pie. El caballero sacó del zurrón pan, queso y uvas para cenar (sin vino), que, a cuya falta, bebió agua. Puso la montura a modo de almohada, pero antes ocultó su espada bajo su cuerpo y el sable a mano, tapándose con su capote de monte, durmiéndose al instante. Amanecía, cuando oyó un bisbiseo sospechoso, pero como no conocía la zona, pensó si sería alguna rara ave, pero su caballo empezó a piafar, lanzando resoplidos por los ollares, relinchos y echando las manos al aire, en plan ataque. Extrañado, miró el caballero, viendo una enorme serpiente, que le miraba fijamente, dispuesta a caer sobre él, al menor movimiento… Continuará

Kartaojal

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