Cómo pesa la soledad (II)

Sutilmente fue deslizando la mano, bajo el capote, hasta tener el mango del sable, para defenderse de la bestia, pero la serpiente estaba desconcertada: por un lado, el hombre, y por el otro, el caballo, que, certeramente, le dio con el casco en la cabeza, aplastándola hasta quedar hecha una masa sanguinolenta. Levantose el caballero y, abrazando a su caballo por el cuello, le musitó: «¡Gracias por salvarme la vida!». Hacia el lugar se dejó oír ruido de esquilas y una voz de hombre, que arreaba un rebaño de cabras y ovejas. Llegó a la altura del personaje y, viendo la escena, exclamó: «Buen almuerzo os habéis procurado» y, con permiso del señor, despellejó la serpiente y, en una fogata improvisada, sobre unas varas, ensartó al animal, asándolo, y, por pura casualidad, llevaba la bota llena de vino, que compartieron. Allí comió el ganado suelto por el campo y ellos dos sentados sobre unos mohones y empezaron a contar cosas de ellos. Dijo el caballero: «¡Cómo pesa la soledad, pues aquí donde me veis, la muerte me arrebató a mi esposa y a mi único hijo y heredero. Yo me eché al mundo para orar y hablar con Dios, y su respuesta ha sido vuestra compañía! ¿Qué pasará? ¡Sólo Él lo sabe, pero me servís de consuelo, amigo!».

Kartaojal

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