El Tomizas

Mi amigo Luis, a veces, es mi fuente de información; un andaluz que tiene la gracias por arrobas. El otro día me contó lo de su vecino, José, alias «El Tomizas», que se fue a trabajar a un cortijo y todos los días le daban un pan, abierto en dos, puesto en la lumbre, refregado con ajo y aceite; al mediodía, el cocido reglamentario, y por la noche, otra vez lo mismo que en el desayuno. «Tó er día me lo tiraba jasiendo de vientre, con desirte cal prinsipio me pusieron ‘Er Lavativa’, pero al ver lo renegrío y dergao que me he quedao, ahora soy er Tomisa, ya vez tú». Estuvo 40 días trabajando y ganó 900 pesetas: le dio la mitad a la madre y con el resto se fue a Madrid, a comprobar si era verdad que ataban los perros con longaniza. Duros y costosos fueron sus primeros días, hasta que, una tarde, en El Retiro, conoció una criada gorda y parlanchina, que habló con su señora y lo admitieron de jardinero. Ya se encargaba la Encarna de que las mejores «tajás» fueran para el novio. En ésas que le avisan de que se había muerto la madre, y allá que cogió el «misto», un tren que tardaba casi 20 h., pero al fin llegó. Lo primero que hizo fue poner debajo de la mesa camilla las orzas de chorizo y lomo en manteca, pero el perro y el gato de un vecino dieron cuenta de ello en menos que canta un gallo, con total desconsuelo del muchacho, que lloraba más la pérdida de aquellas exquisiteces que la defunción de su madre. Se decía: «No, si lo mío es crónico; parece que me persigue la ‘jambre’ como si fuera mi sombra».

Kartaojal

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