La alegría

La primera palabra que me viene a la mente al enfrentarme hoy al folio en blanco es, alegría. Y me sorprende, porque el mes de diciembre siempre despierta mis querencias naturales hacia la melancolía.
Y nadie diría que, con el guirigay que reina en lo político en mi propia casa, donde los bocachanclas del «aquí quiero mandar yo», hacen su agosto vendiendo los saldos y retales del «yo no he hecho nada» y los demás son los malos de todas las películas, alegría sea la primera palabra que me viene a la mano.
Pero los caminos del Señor son inescrutables y yo me he levantado con el cuerpo y el corazón llenos de la mencionada alegría. Bendita laetitia la de los estoicos. Se ha levantado el día gris, lloviznó anoche, y el aire viene con ese aroma, entre dulzón y sensual, que deja la tierra mojada. Les confieso que aproveché la lluvia para salir a la terraza y escuchar el tintineo de las gotas sobre el tejado. Eran las tres de la madrugada y recordé que no había escrito nada de este artículo que debía entregar a la mañana siguiente con las urgencias propias de toda redacción, que en la tarea de cerrar la edición del periódico, es un hervidero de nervios.
Me habían avisado días antes y yo, como un Quijote, repleto de alegría, pero sin un mísero artículo que presentar a la editora, estaba contemplando la lluvia. Me entraron las prisas y la vergüenza torera. Esto no puede ser, me dije, con tono serio. Y casi me pongo a escribir, lo juro. Pero no se engañen, la melodía de las gotas de agua me atrapó. Y la vi. Allí estaba ella, la alegría. Ese mágico momento en que, entre las trincheras de lo cotidiano, adivinas el contorno, la silueta, la vaga, pero rotunda sensación de que en ese preciso instante, en ese aquí y ahora, la vida te da lo que anhelas, un segundo de felicidad plena. Porque la felicidad no tiene ayer ni mañana, siempre es ahora.
Pero todo vuelve, incluso la estupidez. Y el aire remueve nervioso las hojas del níspero. El amanecer ha traído un tesoro de nubes grises y un azul de tempestad. Creo que perdemos la Arcadia cada día y es preciso dejar atrás lo vivido para comenzar de nuevo en busca de esa alegría furtiva y esquiva en la que poder ser verdaderamente lo que somos.
Cada amanecer viene con su pasado a cuestas, dejando un rastro del mundo hasta ayer, como si cada hoy trajera como impronta el fin de todo tal y como lo conocemos. Marat cabalga de nuevo a la búsqueda de incautos. La verdad nunca es lo que cuentan los verdugos disfrazados de Lolitas.
Y, permítanme, me quedo con la alegría a tomar un té. Con la laetitia de los estoicos o del sursum corda. Va por ti, alegría.

1 comentario

  1. «…verdugos disfrazados de Lolitas»

    Y a mí que la frase me trae a la mente a alguien de su partido a quien usted nunca he oído criticar

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