A Adelaida, la casera, le había salido sobre el caballete de la nariz un lunar oscuro que tenía mal aspecto. Como en aquellos tiempos apenas sí había médicos, y los pocos que atendían eran de pago, las comadres del pueblo le dijeron que en «Los Corrales» (Málaga) una curandera quitaba el cáncer. Pidió Adela permiso a mi padre, que le dejó una carreta tirada por la mula «Caeta» y, acompañada de Juan Díaz, estuvieron 4 días fuera. Ella volvió con un parche, tipo Sor Virginia, tapándole el lunar. Durante 3 meses tenía que echarse 3 gotas de agua, bendecida por la curandera, sobre la tirita, y, sobre todo, por nada del mundo podia quitársela. Tuvo la mala suerte de tropezar con un cerdo, y, cayendo de bruces, se le arrancó el parche con la pared de la pocilga. Ella, con perdón, se cagó de miedo y rápidamente volvió a ver a la curandera que le dijo que aquello era un cáncer, que estaba muy cerca del cerebro y que ella había hecho lo que hacía siempre, que lo volvería a intentar y si no daba resultado se lavaba las manos como Pilatos. Durante 2 años, aquel lunar se parecía al Guadiana, aparecía y desaparecía, hasta que no se le volvió a ver más. Adela vivió hasta los 103 años.
Tuvo muy mala suerte en su vida: se quedó huérfana con 3 años y la crió su madrina, que buenos tirones de pelo le daba y el culito se lo ponía como un tomate a fuerza de alpargatazos. Se casó con 13 años pensando que teniendo un marido saldría de aquel infierno… Sí, sí… Salió de Málaga para meterse en Malagón, pues el «pollo» era mujeriego, jugador, borrachín y dormía con una lezna debajo de la almohada. En cuanto Adela, cansada del trabajo tan duro del campo, se dormia y empezaba a roncar, se la clavaba. Menos mal que se murió a los 6 meses de casados y Adela se quedó en la gloria, pudiendo dormir a pierna suelta en la cómoda cama. Era una mujer buena y noble. Siempre le decía a las jovencitas: «Niñá, zi no quierez tené ar demonio en la cama, quéate zortera».
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