Juanillo llevaba 3 años trabajando con un amo, que sólo le daba de comer cebollas: fritas, cocidas, asadas, crudas… Él se atiborraba de buenos jamones, capones en salsa, trozos de queso curado en aceite de oliva y hermosos racimos de uvas. Un día le pidió Juanillo 1 patita de pollo cocido, para chupar el hueso, pero el avaro le montó el «pollo» y hasta le fustigó con el látigo, diciéndole que era un desagradecido y que nadie se moría comiendo cebollas, que eran tan sanas para el organismo. Le replicó el muchacho: «Cambiemos una semana el menú y luego hablamos». El amo, enojado, le despidió, negándose a pagarle los 3 doblones que le debía de 3 años de trabajo. Juanillo fue a la despensa y tomó un trozo de pan, queso y uvas y se marchó errante por el mundo. Al atardecer, se topó con una anciana pidiéndole limosna, pero como no tenía nada, la vieja le dijo: «¿Qué llevas en el zurrón?». «Pan, queso y uvas». «Pues dame un poquito de todo». Juanillo abrió el receptáculo y la vieja sació su hambre, luego sentenció: «Nunca te faltará de comer mientras vivas, ni el pan, ni el queso ni las uvas». Quedóse Juanillo atolondrado, pues no había visto por dónde llegó ni cómo desapareció. Habiéndose hecho de noche, Juanillo vio a lo lejos el resplandor de una hoguera y hacia allí se dirigió. Viendo que era un pastor haciendo gachas, ambos compartieron su comida. El pastor regaló al joven una flauta mágica que, cuando la tañera, todo el que fuera malvado bailaría de cabeza.
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