La impunidad en que la justicia deja a muchos delincuentes viene a ser un agravio comparativo para aquellas otras personas que optan por hacer las cosas dentro de la legalidad vigente. Al margen de la tranquilidad que a cada cual le pueda producir hacer las cosas bien, como debe ser, o de aquella otra manera, quizá más lucrativa y compensatoria aunque menos honesta, que eso queda a la conciencia y honor de cada cual; lo que sí es cierto es que quien obra dentro de la ley se siente poco o nada protegido por ésta, cuando ve que no se le reconoce, ni se escarmienta a quienes la vulneran flagrantemente, incluso de forma continuada. Son ya demasiados los casos y los temas en los que se ve claramente que se incumple la ley, que se bordea o se burla, sin que sea observado, ni tenido en cuenta por la justicia, que da la impresión de estar más ciega que nunca. Eso causa una gran sensación de desprotección y soledad en los ciudadanos honrados, los que van por la vida de frente, cumpliendo con lo que manda una ley que luego no le reconoce sus derechos, por lo que llegan a pensar si no será mejor pasarse al otro lado, aquel en el que se juega a hacer las cosas mal, pero que parezca que están bien -como al final da resultado y nadie lo castiga, e incluso les dejan quedar con todos los beneficios adquiridos de esa forma fraudulenta-. Es más que una impotencia lo que se siente, es como la sensación de estar haciendo el idiota mientras los demás se lo llevan crudo, sin tener el más mínimo problema, ni nada parecido. Son tiempos difíciles para la gente honrada, donde se ve cómo el que trabaja está acosado de impuestos y pagos múltiples, incluso se le recortan los derechos adquiridos tan elementales como la sanidad o la educación, mientras todos aquellos que tiran por la calle de enmedio, sin respetar a nadie, ni a nada, se lo llevan crudo, sin tener que rendir cuentas por ello, y siguen pareciendo tan respetables como si nada hubieran hecho.
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