Ignorar lo que a uno no le interesa, hacerse el tonto, puede resultar en ocasiones rentable para poder escabullirse en situaciones difíciles. Pero tomar por tontos a todos los demás es otra cosa. Habrá a quién le convenga -o crea de buena fe- lo que resulta increíble e imposible de obviar, pero cuando las pruebas son irrefutables y la mayoría está convencida de lo sucedido, por mucho que se intenten maquillar las cosas y más que hagan los «amigos» para ocultar las circunstancias, es materialmente imposible. Cuando un barco tiene tantos agujeros que no se pueden tapar a la vez, aunque se haga el máximo esfuerzo, el agua llenará el barco y éste tendrá dificultades. Ocultar la realidad es posible a veces, pero no siempre. Ignorarla, cuando nos conviene, puede dar una imagen de cinismo, como la de aquella ministra -que además parece estar ciega- cuando nos dice que no se han hecho recortes ningunos en la sanidad española. Es la misma que hace unos meses declaró que no había visto el coche de superlujo que su marido tenía en el garaje, sin haberlo pagado.
Lo que tampoco se entiende es la extraordinaria pasividad de la buena gente de Torrevieja. Ni siquiera los padres de alumnos de los colegios, muchos de ellos en barracones desde hace años, y tienen que ser los trabajadores de autobuses los que se manifiestan, cuando la Generalitat deja sin transporte a 800 niños, con su nueva forma de medir las distancias. Y que nadie diga que no se consigue nada, porque no es así. En Orihuela, cuando vino el presidente Fabra, se le plantaron allí los padres de los pueblos afectados, protestando, y a la semana siguiente ya hay más autobuses. Así son las cosas, sobre todo con esta clase política, que parece haber olvidado por completo las necesidades de su pueblo, tan esquilmado y vapuleado, con impuestos abusivos, mientras ellos tratan de ocultar sus debilidades, sin que nadie se responsabilice de sus actos.
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