…por algo será. Recuerdo que cuando yo tenía 9 años, mi sobrina Araceli, que es la mayor de las chicas, empezó una tarde a llorar, pero de tal forma que se ponía congestionada. De nada les valió a mi hermana o mi madre acunarla en sus brazos, porque de ese modo arreciaban sus gritos. Como en esa época apenas sí había médicos, se tenía que recurrir a remedios caseros o «consejas» de abuelas. Mi madre dijo que había que desnudarla y darle unas friegas de aceite de romero en la tripita, por si eran gases y dolor de barriga, pero, ¡ah!, qué sorpresa, al ver que tenía clavada en el muslito una aguja de grandes proporciones, de ahí sus alaridos cuando la apretaban y sentía avanzar la aguja y el dolor lacerante. Esa tarde, mi hermana había estado cosiendo una cortina de lona que tapaba la puerta del comedor; era el mes de julio: la niña tenia 5 meses, ya que nació el 23 de febrero. La cortina era para mitigar la luz y el calor que entraba en aquella sala. Al terminar de coser, mi hermana se puso la aguja prendida en el delantal y al darle de mamar a la pequeña, no se sabe cómo, se le clavó. Cuando un niño llora le pasa como a los perritos, que al no saber hablar no puede decir qué le pasa. Aquel episodio le sirvió de lección a muchas mujeres que tenian esa mala costumbre de ponerse agujas o alfileres ensartados en las ropas. Hoy en día, apenas se cose, lo primero porque no saben y lo segundo, echando cuentas del poco tiempo de que disponen para las tareas domésticas (miles de ellas trabajan fuera del hogar), y que las prendas no valen tan caras, les sale más rentable tirarlas y comprar nuevas que andar remendando. Jóvenes mamás, cuando vuestro hijo llore, mirad bien las causas, que nunca son vanas ni caprichos.
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