La poesía como estado de ánimo

Luis de Góngora (1561-1627)

De todas mis clases y conferencias sobre poesía, pero sobre todo cuando tenía que preparar como estudiante algún control de literatura, apenas sí me quedan en el recuerdo algunos nombres rimbombantes y las cadencias con que aprendíamos versos y más versos que permanecen incólumes en la memoria, creándonos a la vez la estructura rítmica del lenguaje, lo que define a cada idioma como sistema interpretativo de nuestras experiencias que determinarán lo que seamos cada uno de nosotros.
Lo que no me explico es cómo se me ha ocurrido esta tarde de lluvia otoñal perderme entre los entresijos de los interminables poemas de Góngora: sonetos impecables, silvas, canciones, letrillas punzantes y décimas desgarradas que escribiera entre 1582 y 1624, todo un estilo único en que el poema es una representación del estado de ánimo del poeta y las ideas se adivinan si se las contempla a través de un retrato antiguo del poeta que se suele atribuir a Velázquez. Comencé divagando por sus «Soledades», aunque terminé refugiándome en una treintena de poemas cortos que reflejaban más bien un teatro de costumbres de la época, pero que precisaban de un código interpretativo de los usos de su tiempo, los cuales nos introducirían en el período más rico del arte y de la literatura españolas.
«Decir bien lo que sentimos; sentir siempre lo que expresamos y concordar las palabras con la vida», se explicaba otro gran maesto de origen cordobés, Lucio A. Séneca, un personaje que todavía y más que nunca nos pertenece en sus simples enseñanzas sin pretensiones, y el Duque de Rivas le seguirá: «La poesía es sentir hondo, pensar en alto y hablar claro». Habrá que admitir, pues, que la poesía es el ritmo del pensar y su destilación podría parecer a primera vista demasiado concentrada para bebérsela de un trago, como ocurre con todo lo escrito por Góngora, pues la palabra rimada aventaja a la hablada por la posibilidad de contornear los conceptos al refugiarnos en el filón de los sentires.
Al escribir, como al hablar, solemos emplear más y más circunloquios y eufemismos, y con frecuencia vocabulario extranjero, sobre todo en inglés, para acortar sentimientos que precisan del lenguaje más directo, pues ya se ha dicho que una expresión bien expresada no sólo economizará el buen uso de cientos de vocablos, sino millares de pensamientos innecesarios. Y viene aquí muy acertadamente el dicho de Eugène Ionesco sobre el escenario de la vida donde se movían los intérpretes de su obra literaria: «sólo valen la pena los vocablos cuando no son mera palabrería».

HECHOS Y DICHOS
Lo que no puede ser cantado no es poesía; pudiera ser más bien prosa dislocada. Thomas Carlyle

ASOMBRO POÉTICO
Parece increíble que pueda caber tanto en un soneto.

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