Por fin Roma, adonde todos los caminos van

Roma será siempre «eterna» por tener en su perímetro a «su» Ciudad del Vaticano. Cuando te adentras en ésta, en aquel inmenso y sublime laberinto, y contemplas la belleza y grandiosidad de lo creado en todas las facetas del arte, por los hombres que con su talento alumbraron el Renacimiento, adviertes con bastante pesar el desencuentro que has tenido con ella durante tantos años… Pero acudiendo al refranero que a veces te consuela, podríamos decir que «nunca es tarde si la dicha es buena». Porque allí «entre todo aquello» al final comprendes y te vanaglorias tú solo y sólo contigo mismo, de que la fe un día te ha hecho ponerte en camino hacia Roma, adonde todos los caminos van.
Allí has llegado a contemplar, abrumado y sorprendido, el «testimonio» que nos da a los creyentes la tumba de Simón, el primero de los apóstoles, al que Él le cambió el nombre por Cefas (piedra), para decirle rotundamente que sobre esa piedra edificaría su Iglesia. Y vaya si ha sido así. Simón Pedro, aquel pescador judío, que por, designio de la providencia, vino a buscar el «corazón» del Imperio de entonces, gentil y pagano, sin temor a la feroz persecución que ejercía el poder omnímodo del emperador de turno, fue martirizado y crucificado boca abajo en el circo de Nerón (¿para distinguirla o distinguirse de la muerte de su Señor?).
Así que, después de la impresión recibida en esa primera toma de contacto visual, nos inunda por dentro casi inmediatamente la certeza del «mensaje» sagrado de «aquello».
La imponente basílica de San Pedro, por deseo de todos los Papas que intervinieron en su proyecto de realización, está situada encima de su tumba. Se le dice a ese habitáculo, de la «Confesión», porque alude a la aceptación de la muerte por parte de Pedro al no abjurar de su fe. Allí, diariamente, en estancia aledaña a la cripta, se celebran eucaristías y allí tuvimos el gozo de participar en una.
Luego están enquistadas en la urbe Santa María Maggiore (Santa María La Mayor), San Juan de Letrán, sede del Obispo de Roma, y, por último, y como su nombre indica, «Fuori le mura», San Pablo extramuros, que, igual que las otras tres, tiene el derecho de extraterritorialidad.
Pero es que, para terminar, esa iniciativa de los Papas (a partir de 1400), por alumbrar ese caudal inconmensurable de riqueza artística, fue el motor para que la ciudad de Roma consiguiera, no mucho más tarde, pasar de ser una ciudad olvidada y desolada sin notoriedad alguna -en comparación con el resto de ciudades de la Italia renacentista (Florencia, Milán, Ferrara, Mantua, etc.), que ya eran símbolos de excelencia-, llegar a rescatar igualmente el inmenso legado de las ruinas monumentales del Imperio Romano.
Capitolio, Coliseo, Panteón, Termas, Catacumbas, Foros, Domus Aurea neroniana, y más y más…
Así que Roma y «su» Ciudad del Vaticano aguantan a día de hoy el tráfago desbordante de visitantes creyentes o no del mundo entero, que se disputan y disfrutan de unos momentos mágicos que no olvidarán.
Por lo que a nosotros respecta, y aunque no echáramos monedas a la Fuente de Trevi, procuraremos volver. «Arrivederchi», Roma.

JortizrochE

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